Las pinturas de Kristin Kwan parecen surgir de un sueño largo y profundo, como si se abrieran paso desde las grietas de la realidad hacia un mundo donde la naturaleza, la mitología y la fantasía conversan en voz baja. Originaria de Nebraska, Kwan teje sus imágenes con óleo sobre panel, pero lo que realmente emplea como materia prima es la nostalgia, lo simbólico y lo misterioso.
Sus obras son espejos encantados: cada una parece contar un secreto, pero se guarda el desenlace para sí. Ciervos con astas que se deshacen en nubes, niñas que se alimentan de panales con el sol ardiendo a sus espaldas, gatos hechiceros que guardan pájaros como oráculos entre sus fauces... todos son fragmentos de un universo en constante transformación, donde el tiempo no avanza, sino que se curva. Observar sus obras es sumergirse en una mitología que no se ha escrito aún, pero que uno siente haber vivido. Son imágenes que no se explican; se intuyen, se sienten, se habitan.
